viernes, 23 de noviembre de 2007

"Doce segundos de oscuridad"


"Gira el haz de luz para que se vea desde alta mar.Yo buscaba el rumbo de regreso sin quererlo encontrar.”

En su último disco, Jorge Drexler habla de sí mismo sin más atadura que la rima. Versa a sus miserias y esperanzas. La oscuridad y la luz del faro. Porque lo ejemplifica en el tránsito entre haz y haz de luz del Faro Polonio de Uruguay. Doce segundos exactos. Para Drexler, es la metáfora de esta etapa de su vida. Para el resto, como cualquier buen disco, cada lectura se convierte en propia relectura.

Yo también quiero romper con el pudor. Dejar que, a veces, esta bitacora hable de uno mismo sin más justificación, porque todos tenemos nuestros 12 segundos de oscuridad.

En mi caso, significan el tránsito entre el cabreo, la ofuscación, los nervios y la ansiedad hasta la sonrisa, el sentido común, la tranquilidad y el respiro. Puede que a veces dure más de doce segundos, pero siempre en los peores momentos, hay que caminar y acercarse a la luz. Cuesta respirar hondo, evitar que la cabeza corra más que uno mismo, pero todo se puede tranformar, dejarlo correr y mirar hacia adelante. Sonreir.

Pero al final, cuando pasa el tiempo uno descubre que el mérito no radica en disfrutar de la luz, sino en saber afrontar la oscuridad. Sentirse iluminado cuando no hay luz. Ser fuerte cuando las cosas vienen mal dadas, optimista para encontrar la salida, porque la hay, tener paciencia y, sobre todo, sentirse afortunado por lo que tuvimos, por lo que vivimos ahora y por lo que queda por delante. Porque la oscuridad siempre da paso a la luz.
Y total, si tan sólo son doce segundos de oscuridad................

“Un faro quieto nada sería guía, mientras no deje de girar.No es la luz lo que importa en verdad, son los 12 segundos de oscuridad.”

2 comentarios:

Julio dijo...

Simplemente GRACIAS.

Anónimo dijo...

Doce segundos,
lo que tardo en volver a pensar en vos cuando, por alguna razón extraordinaria te olvido momentáneamente.

Lo que le lleva a mi cafetera prepararme el primer espresso que, cuándo no, sabe y huele a vos.
Lo que duró el segundo beso. El primero fue breve, asustado y nervioso.
Lo que tarda un camarero en poner dos copas de vino de la Ribera del Duero, e irse para dejarnos solos con nosotros mismos.
El tiempo que me cuesta abrir mi correo para ver si hay noticias tuyas.
Lo que te lleva volcar un dedo de líquido ámbar en un vaso ancho de cristal con un sólo hielo, y encender tus cohetes clandestinos que aún no he podido ver explotar.

Doce segundos.

El período donde tus imaginarias manos se posan sobre mi pecho para hacerme el nudo de la corbata beige.
Lo que tarda tu organismo desde que tu corazón siente que me querés y tu voz pueda decirlo.
El período exacto de tiempo desde que tu mano se posa en mi cara, hasta que me acaricia. Al fin.
Doce segundos.
Lo que duran tus amores/desamores, sosiegos/desasosiegos. Y cómo me encanta eso de vos.
El espacio temporal que ocupa en tu mente ese cuadro que te fascina, que viste en el museo Van Gogh y que necesitabas volver a mirar. Contar los girasoles.

Otros doce segundos.

La duración determinada de tus miradas, la mirada, la mejor mirada que me han dedicado en la vida.
Lo que tarda una ola en atravesar el muelle nuevo de madera que me hubiera encantado mostrarte en la playa de al lado a la mía.
Lo que tardé en conocerte y quererte.

Doce segundos.

El momento que tarde un faro cronometrado por alguien a quien queremos en volverse a encender en una costa perdida de un país pequeño.
Lo que demoran estas palabras en venirme a la mente desde que decido escribirlas.
El tiempo que pierdo en rotondas inútiles hechas para conductores que frenan en las curvas. Cosa que vos odiás.

Doce segundos.

Lo que durará (tal como planeo, deseo, ansío, aspiro) la primera explosión de éxtasis.

Doce segundos.

Tal vez falten doce segundos medidos de acuerdo a la órbita de algún planeta desconocido y estéril para que seas completamente mía.

Aunque sea sólo por doce segundos.