jueves, 8 de enero de 2015

VOLTAIRE: EL FANATISMO

"Fanatismo es el efecto de una conciencia falsa que sujeta la religión a los caprichos de la fantasía y el desconcierto de las pasiones.

Generalmente proviene de que los legisladores han tenido miras mezquinas, o de que se traspasaron los límites que ellos prescribían. Sus leyes sólo eran a propósito para una sociedad escogida. Extendiéndolas por celo a todo un pueblo y transportándolas por ambición de un clima a otro, debían haberlas corregido y acomodado a las circunstancias de los lugares y de las personas. ¿Y qué es lo que sucedió? Que ciertos espíritus de carácter más proporcionado al de la muchedumbre para la que se confeccionaron, recibiéndolas con gran calor, se convirtieron en apóstoles y hasta en mártires de ellas, antes que dejar de cumplirlas al pie de la letra. Otros caracteres, por el contrario, menos ardientes o más aferrados a las preocupaciones de su educación, lucharon contra el nuevo yugo, y sólo consintieron adoptarlo modificándolo, y de aquí nació el cisma entre los rigoristas y los mitigados, que hace furiosos a unos y a otros, a unos en favor de la esclavitud y a otros en favor de la libertad.
Es horrible examinar el modo como la creencia de apaciguar al cielo por medio de la matanza, en cuanto se introdujo, se esparció universalmente por casi todas las religiones, que multiplicaron los motivos de hacer el sacrificio para que nadie se escapara de la inmolación.
Contemos ahora los millares de esclavos que hizo el fanatismo en Asia, donde la incircuncisión era una muestra de infamia; en África, donde llamarse cristiano era un crimen; en América, donde el pretexto del bautismo ahogó a la humanidad. Contemos los millares de hombres que murieron en los cadalsos en los siglos de persecución, o en las guerras civiles por la mano de sus conciudadanos, o por sus propias manos por medio de maceraciones excesivas. 
Recorramos la superficie de la tierra, después de pasar una ojeada sobre los varios estandartes desplegados en nombre de la religión, en España contra los moros, en Francia contra los turcos, en Hungría contra los tártaros; después de examinar las varias órdenes militares establecidas para combatir infieles a sablazos, fijemos nuestras miradas en ese tribunal horrible instituido contra los inocentes y contra los desgraciados para juzgar a los vivos, como Dios ha de juzgar a los muertos, pero con muy distinta balanza.
En una palabra, examinemos todos los horrores cometidos durante quince siglos, renovados muchas veces en uno solo: los pueblos sin defensa degollados al pie de los altares, los reyes muertos por el veneno o por el puñal, un vasto Estado reducido a la mitad por sus propios ciudadanos, la espada sacada entre el padre y el hijo, los usurpadores, los tiranos, los verdugos, los parricidas y los sacrílegos violando todas las convenciones divinas y humanas por espíritu de religión, y tendremos escrita la historia del fanatismo y de sus hazañas.
El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías, es un fanático novicio de grandes esperanzas; podrá pronto llegar a matar por el amor de Dios.
El único remedio que hay para curar esa enfermedad epidémica es el espíritu filosófico, que, difundiéndose más cada día, suaviza las costumbres humanas y evita los accesos del mal, porque desde que esa enfermedad hace progresos es preciso huir de ella y esperar, para volver, que el aire se purifique.
Las leyes y la religión son insuficientes contra la peste de las almas; la religión, en vez de ser para ellas un alimento saludable, se convierte en veneno en los cerebros infectados. Sólo hay una religión en el mundo que no haya manchado el fanatismo, la de los hombres de letras de la China. Las sectas de los filósofos no sólo estuvieron exentas de esa peste, sino que fueron un remedio contra ella, porque el objeto de la filosofía es dar tranquilidad al alma, y el fanatismo es incompatible con la tranquilidad. Si ese furor infernal corrompió con frecuencia nuestra santa religión, sólo debe atribuirse este efecto a la locura humana".

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